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La movilidad es una necesidad humana presente a lo largo de todo el ciclo de vida, en asociación con las actividades propias de cada etapa. Educarse, trabajar o acceder a los servicios de salud son actividades que requieren sistemas de transporte que las hagan posibles. Puesto que la educación, el trabajo y la salud son derechos humanos básicos que deben ser garantizados, el acceso a la movilidad se presenta como una condición sine qua non para alcanzar un goce pleno, por parte de cada individuo, de los derechos humanos que le son inherentes.
En las principales ciudades europeas, por ejemplo, donde la convivencia con la pandemia del covid-19 data de unas semanas antes que en nuestro país, ya se están dando los primeros pasos en el reordenamiento del espacio urbano. En el caso de Paris, Berlín, Bruselas y Milán se están extendiendo las zonas seguras de circulación -en estas calles se puede circular a una velocidad máxima de 30km/h-, permitiendo a los peatones caminar por ciertas partes de la vía para poder mantener así la distancia permitida; y están sumando nuevos espacios (bicisendas temporarias) para la circulación de ciclistas. Un caso paradigmático es el de Londres, donde aún no se habían implementado medidas de este tipo, pero era la población misma la que las reclamaba.
Ahora bien, la movilidad en estas ciudades es algo distinta a la de la mayoría de los grandes centros urbanos de nuestro país, en donde las distancias suelen ser más largas entre origen y destino, mientras que las redes de transporte interurbano son menos densas. Por otra parte, en las ciudades más pequeñas, si bien la bici como medio de transporte tiene un alto potencial, las personas prefieren desplazarse en moto, es el medio que predomina en gran parte de ellas.
